Bueno, hoy tengo la segunda cita con la ITV- ITP, - ya dije
que la iba a llamar siempre así -, salgo de casa a las 14:22 p.m., tengo la
cita para las 16:11 p.m., pero como no sé el estado de las puñeteras obras que
me encontré la semana pasada, salgo con tiempo, y muy preparada. Me he grabado
el mapa en el móvil, no voy a caer otra vez en llamar a mi madre, la dejaré
hablar a gusto con mi tía Maruchi. Entro en el ascensor sabiendo de sobra que
segundas partes nunca fueron buenas – para muestra, un botón: Tiburón 2 - y, por ende,
que no hay dos sin tres, - aunque eso no funciona para lo bueno, hay que
joderse -. Claro que teniendo en cuenta que voy a pasarle la revisión a un
coche que tiene 21 años y es diésel, me llevo el premio seguro.
Mi coche se llama Goya. Le he puesto nombre a todos los
coches que ha habido en mi casa desde que tengo uso de razón, es uno de los
efectos colaterales de ser hija única, yo lo denomino “carencia fraternal” o
puro aburrimiento, depende de la edad. El primer coche se llamó Bond, su matrícula era 0007-B, - obvio
el nombre -, ya sé que le sobra un cero, ya, pero cuando tienes seis años eso
es algo irrelevante. Después tuvimos un Seat 127 blanco, al que llamé Huevo Sediento, porque cada doscientos
kilómetros había que echarle agua, pero en su favor diré que entrábamos seis
adultos y cinco niños, - eran otros tiempos - la abuela se volvía andando de la playa, le gustaba pasear
y pararse con todo el mundo, a veces llegaba a casa a las once de la noche,
muerta de sed, - lo normal después de tanto palique -. Luego compraron un Ford Escort rojo, al que llamé Margarito, que con el tiempo se volvió
naranja, es lo que tiene el salitre, que es el precio que pagas si vives frente
al mar. Y por fin tuve mi primer coche, un Nissan Micra verde pato, monísimo,
le llamé Felipe por un perro que tuve
en mi adolescencia, que estaba como una regadera, el perro, no yo, bueno yo
también, pero eso no viene al caso. Al perro, que era un pastor alemán con las
patas muy cortas, le puse ese nombre por amor, por amor a uno que vivía en mi
calle que se llamaba así, que era Dj y no sabía, sabe ni sabrá jamás de mi
existencia. Y, por último, vendí a Felipe
y compré a mi Goya. Ese año se
celebraba por todo lo alto el aniversario del nacimiento del pintor, y de tanto
escuchar el nombre, se lo puse al coche.